Concepto: Cárceles inocentes.
Hagamos una regresión a nuestros primeros años de vida. ¿Recuerdan el viento recorriendo nuestros pequeños e ingenuos cuerpos, nuestro pelo adornado con lacitos y prensitas de colores brillantes, colas de medio lado, de caballo, trenzas francesas, binchas presionándonos el cerebro, nuestros pies encerrados en una especie de fuerte a lo que llamaban “zapatos ortopédicos”, el plastigel nadando en nuestro cuero cabelludo o haciéndonos parecer un puerco espín, nuestras sonrisas incompletas, los famosos “dientes de lata”, las coquetas medias con velito, los llamativos zapatos de charol? El temor que provocaba una hamaca, la adrenalina al ver un pasamanos, la energía de los toboganes, los juegos de equilibrio en el “sube y baja”, la anda, la cólera y el berrinche después de descubrir que nos tocaba contar, los nervios de esconderse y ser descubierto, nuestro ojo travieso intentando enfocar donde iba la cola del burro, el sudor posterior al juego de suiza bajo el sol, la frustración por lograr aprendernos y coordinar las manos en el “¡Hueso vamos, a comer!”, nuestros intentos más arduos por lograr majar el “elástico”, la satisfacción de oír “Ahora si, ¡Sin rodines!”, los patines con ruedas de goma, la emoción por que nos tocara él cuando hacíamos juegos al azar a ver con quién nos casaríamos y dónde viviríamos, el timbre anunciando el recreo y la carrera por ver quien cogía la hamaca primero… Nuestros primeros encuentros con el lápiz y la caligrafía, con el color y los trazos. Nuestra primera mascota, primeras travesuras, la primera Barbie o X-men, la primera Navidad sin poder dormir esperando a Santa, el primer carro a control remoto… ¿Qué dirían ahora los niños? Recuerdan el juego de Play que era de batallas, en el que había que matar para subir de nivel y el calambre del dedo gordo. O tal vez la foto de Fulanita en Facebook y el post que puso después, o ¿Por qué no recordar cómo nuestro cuerpo se convertía cada día en una gran pelota sedentaria y floja sin imaginación, sin una visión humanista, sin vitalidad, sin sueños, sin lógica, sin energía, sin adrenalina, sin sorpresa? Y qué le contaríamos a nuestros nietos: Todos los friend requests que recibíamos a diario de gente desconocida, las veces que pasamos el juego de Play, el berrinche que hicimos cuando no nos compraron el X-box nuevo o la cantidad de veces que la pizza fue parte de nuestra dieta? La tecnología está esclavizando a la niñez contemporánea y no a propósito. La globalización está sucediendo y es inevitable, necesitamos avanzar, pero avanzar no significa copiar, no significa sacrificar el verdadero sentido de vivir, sentir la verdadera inocencia, cosquillas en el estómago cuando nos mandan un “papelito” o nos compran algo en la soda del cole, el poder innovar casitas o juegos con ayuda de los vecinos, la oportunidad de una pelea de bombas de agua, de ensuciarnos de pies a cabeza, de sentir un raspón, una quemada, de poder hacer limonada para vender. Es cierto que las épocas cambian y es cierto que estamos en la era de la tecnología, pero esto no es razón para robarle una infancia digna a alguien. Los medios de comunicación masiva amenazan en convertir a la niñez actual en pequeños robots, en pequeños esclavos de la pantalla, del mundo irreal propuesto en las fábulas y películas actuales, quienes exponen un mundo perfecto o bien un mundo agresivo. Los niños contemporáneos no saben lo que encierra un abrazo, no han logrado explorar la realidad, ni a ellos mismos, no saben de cultura, no aprecian la naturaleza y mucho menos el arte. Su existencia se reduce a un control, una pantalla e internet, a una existencia encerrada en el globo tecnológico y la incomunicación, estando irónicamente en el auge de esta.
El niño acechado por un monstruo gigante que intenta robarle su inocencia. Tratamos un tema que llega a tocar lo cultural; hablamos de diferentes edades, etnias, religiones… Tratamos un tema frágil, puro e inocente. La niñez que se ve encarcelada en una burbuja junto al mass media, que intenta atraparlo y globalizarlo. Los programas de televisión logran crear un lenguaje homogéneo en los niños y ajeno a sus culturas, les presentan imágenes que no son las adecuadas, muchos programas tienen un trasfondo de violencia y agresión. La computadora se volvió un elemento necesario en la vida del niño, el tener su propia cuenta en Facebook y preocuparse por su apariencia en la web. ¿Dónde quedó el calor humano? La conversación personal, enfrentar el mundo como se debe, no a través de una pantalla donde nuestras caras están ocultas o el silencio del carro debido al ipod a todo volumen y el desinterés de conocer más. Creemos que la experiencia se adquiere a través de la vivencia personal, de la práctica, de la interacción con el exterior. La vida se desarrolla en varias etapas; la etapa de crecimiento y desarrollo del niño en contacto con el mundo real y el humano es necesaria para su correcta interacción posterior con el ambiente y su desarrollo integral. Entonces nuestro domus se resumiría en la pureza, la inocencia, la fragilidad de un niño representada por los cuadrados que rotan y aumentan su escala trabajando con el concepto de fractal y una estructura externa envolvente agresiva, cableada, encarcelante que da la sensación de perseguir y acosar esta inocencia.